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Orden y progreso.

LO QUE BRASIL ENSEÑÓ EN LA COPA.

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LO QUE BRASIL ENSEÑÓ EN LA COPA.

Hace ya algunas décadas, ciertas élites progresistas afirmaron que el fútbol era el nuevo “opio del pueblo”; que a punta de goles y penales, de expulsiones y gambetas; el pueblo olvida sus precarias condiciones y le permite a los políticos corruptos perpetuarse en el poder.

Escribir al DR. Mauro Hoy

Así, los lunes, en vez de hablar de la crisis de Siria, de lo sucedido con Evo,  del alza de este o aquel producto de la canasta básica, de Crucitas o Infinito; los sectores populares centran su atención en la banalidad del futbol.

En esas tertulias de eruditos, Brasil era de mención obligatoria: el gigante dormido, arrullado  por el rodar de un balón, el país rico cuya riqueza se concentró en unos pocos y las grandes mayorías quedaron marginadas en favelas calladas por el futbol y la samba.

Por eso, llama mucho la atención los eventos sucedidos hace unas cuantas semanas y que todavía persisten. Grandes sectores  populares hicieron una excepción en su historia, le dieron al futbol su lugar y convirtieron la protesta en el arma para expresarse en contra de los abusos del sistema.

Un simple aumento en la tarifa de transporte público, que intencionalmente entra en vigencia  justo para la Copa de Confederaciones, fue “la chispa que encendió la pradera”. Esa fue la causa de las protestas que tomaron las calles y que no cedieron aun cuando se anunció que se mantendrían las viejas tarifas. La protesta se volvió ambiciosa: reclama más educación, más pan, más salud, más recursos para eliminar la pobreza que asfixia a ese país rico.

El lema de la bandera brasileña: Orden y Progreso, fue suplantado en las calles por una ingeniosa frase: Protesto y Progreso. Por fin, el pueblo brasileño pudo disfrutar del futbol y a la vez luchar por las conquistas sociales. La sapiencia de un pueblo ha dejado una enorme enseñanza al resto de los pueblos del mundo. El jolgorio y lo banal nunca deben alejarnos del progreso social.

Los sectores conservadores, temerosos  del estallido social, rápidamente propusieron urgentes reformas y referéndums.  La extraordinaria presidente Dilma Rousseff, con un pasado lustroso de conciencia, ni lerda ni perezosa ha aprovechado esta disyuntiva para crear reformas al sistema que beneficien a esas mayorías.

Pero uno se pregunta: ¿Por qué  esperar a que el pueblo se desbordara? ¿Por qué ese costo social -que ya ha cobrado vidas-? ¿Por qué cuesta tanto que los de arriba piensen en los de abajo? No cabe duda, en nuestros pueblos es urgente que la democracia representativa le dé paso a la democracia participativa.

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