POLLUELOS PARA SIEMPRE
EL SÍNDROME DEL NIDO LLENO
Cuando los hijos no se independizan
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Se denomina síndrome del nido vacío a la depresión que experimentan algunos padres cuando los hijos dejan el hogar para formar su propia vida. Estos cuadros los vemos sobre todo en aquellas familias en las que las parejas han convertido a los hijos en el centro de la dinámica familiar, aun por encima del vínculo de pareja.
Con la partida de los hijos, la pareja pierde una de las principales razones para vivir; incluso estando juntos, experimentan fuertes sensaciones de soledad, y muchos requieren de ayuda profesional para sobreponerse y afrontar esta nueva etapa de la vida.Los tiempos fueron cambiando: las familias dejaron de ser tan extensas, y las parejas pudieron estrechar cada vez más los lazos afectivos, de tal forma que muchas ven con regocijo, como debe ser, que los hijos se vuelvan independientes y hagan su propia vida.
Esta etapa coincide en muchos casos con la jubilación y, por eso, se aprovecha y se ansía este nuevo ciclo, en el cual se cuenta con mucho tiempo libre, para plasmar todas aquellas locuras que no se pudieron realizar por los ajetreos que implica trabajar y sacar adelante a la familia.En estas condiciones, surge una nueva situación familiar como producto de los nuevos tiempos, que se puede denominar como el síndrome del nido lleno.
Los hijos crecen y se hacen mayores de edad; los padres, que han costeado toda su crianza, manejan como parte de las expectativas sociales su pronta salida cuando ya tienen una profesión o un oficio. Sin embargo, de manera sorprendente, esa salida no ocurre. El hijo, ya un adulto joven, pero adulto al fin, sigue conviviendo con los padres. No obstante, a diferencia de la convivencia infantil y juvenil, marca una distancia hacia el resto de la familia y es reacio a participar en las actividades familiares.
Se comporta como si la casa fuera un hotel, o como si alquilara un cuarto de una pensión. Esto genera un enorme dolor, porque los padres están preparados para que los hijos se marchen, no para un convivio empañado por el desprecio.A veces la situación se torna más difícil. El hijo, además de seguir viviendo en la casa, demanda todos los servicios: quiere que mami aplanche, lave y cocine para él, sin costear sus gastos y siendo un arisco al convivio familiar. No se trata de recursos o servidumbre.
Los padres en realidad se sienten utilizados. La situación puede agravarse en varios sentidos. A veces esto sucede con hijos que, siendo mayores, ni estudian ni trabajan. Simplemente, se acostumbran a vivir sin hacer nada, mantenidos por la familia, sin sentir la menor premura por salir de esa situación, y alegando que no encuentran trabajo, que están sobrecalificados, que los sueldos que les ofrecen son muy bajos, que esto y que aquello. Estas razones son simples excusas para seguir “dándose la gran vida”.
Se sienten cómodos siendo mantenidos y servidos por la familia. Algunos se creen con derecho, además, de seguir pidiendo la mesada semanal, y hasta pretenden que se les costeen sus salidas y paseos, no con la familia, sino con sus amigos. Mientras en la casa todos madrugan y van a trabajar, ese hijo desfasado se levanta a las diez u once de la mañana, porque suele trasnochar en fiestas y tomatingas. Si los padres no detienen esta situación, es común que la familia termine costeando carro y gasolina, salidas e invitaciones, licor y hasta drogas.
Cuando la familia cuenta con una empresa familiar, sea grande o pequeña, opta por integrarlo a las funciones laborales, quedando claro que está más interesado en el salario que en el trabajo, y cree que, por ser parte de la familia, no tiene que cumplir a cabalidad las faenas diarias. Desde luego, si se le ofrece, el hijo con gusto se iría de la casa, si le pagan el apartamento, y el mantenimiento, así como si se le sostiene ese nivel de vida, de parranda y diversión.Aunque parezca sorprendente, algunos optan por casarse, y ante su incapacidad de velar por su nuevo hogar y sus hijos, recurren a la ayuda familiar y la exigen.
La madre cuida los hijos, haciendo de segunda madre y conformando el síndrome de la abuela madre, y el padre, según sus posibilidades, ayuda en la manutención de la nueva familia. Porque una cosa es ser abuelo y otra ser padre, una cosa es consentir a los nietos y otra educarlos y criarlos.Se comprenderá que, bajo esta cascada de acontecimientos, la pareja como tal no puede vivir la jubilación ni realizar sus sueños anhelados. La paz de la pareja se ve seriamente contrariada con las conductas de dependencia de este tipo de hijo, y la misma intimidad se ve afectada. Ella sigue siendo la que lava, aplancha y sirve, sin descanso, y el padre hasta busca un trabajo para lidiar con tanto gasto que demanda la nueva familia.
En ninguna especie hay polluelos para siempre; a como dé lugar sucede el destete y la independencia.Padres que lucharon por ver crecer a sus hijos y tienen bien ganada una vejez tranquila y edificante se ven relegados a seguir sirviendo a los hijos y a lidiar con sus dependencias. En el nombre del amor, no encuentran cómo poner un alto a tanto descaro, y usualmente la situación va empeorando a límites insospechables.Vemos hijos que, cuando se casan o sin casarse, piden a sus padres que le cuiden al niño, y luego hasta mandan a llamar de nuevo a la cigüeña, porque saben que mami me los cuida y papi me ayuda.
Esta atrocidad en el esquema de la vida trunca los sueños y realizaciones de la pareja jubilada.Aquella promesa, aquella expectativa, aquellos planes se desvanecen en el nombre de los hijos, en el nombre del abuso. Proyectos simples que lo único que demandan es tiempo y cariño, como: “cuando viejos, tendremos nuestra segunda luna de miel”, “iremos una semana a Monteverde”, “acamparemos en aquella playa”, o “conquistaremos el Chirripó”, se esfuman por la inoperancia de hijos que no saben ganarse el pan de cada día.
Aun los deseos más pequeños, esos que afloran en el día a día de quienes se aman, se hacen imposibles: comerse a besos hasta altas horas de la noche, salir a bailar, hacer el amor todo el día, dormir hasta tarde acurrucados en cuchara, pasar la tarde viendo todas las películas que nunca pudimos ver, ir juntos al gimnasio, correr cuando acaba la tarde… Todos pasan a un olvidado e irrealizable segundo plano.Los años dorados, como se denomina a esta etapa de la vida, se transforman en nuevos años de lucha, cuando ya “no se está para esos trotes”. Sacar adelante a los nietos es una tarea que, por razones de edad, se comerá esos últimos años de la vida que deben ser dedicados al deleite, la reflexión y el disfrute.