La educación básica debemos entenderla lejos de los formalismos, distante de las elocuencias que el saber depara por sí mismo, y verla en íntima relación con la realidad, con el terruño, con la vida diaria. 

La  premisa básica en educación es que se aprende para saber y surge la pregunta ¿para saber qué? Pues bien, entre otras cosas se aprende para saber vivir, para saber producir y para saber ganarse la vida y así llenar de bonanza y prosperidad nuestra existencia. El problema es que hoy, nuestros educandos no están aprendiendo eso en las escuelas ni en los colegios. Aprenden y olvidan, porque lo que aprenden no sirve para la vida.

Eso es el giro que requiere nuestro sistema educativo. Abandonar los programas herrumbrados que importamos hace muchos años e incorporar los temarios que la población y la sociedad requiere.

¿Cuánto se enseña hoy en los centros educativos? Yo pienso que mucho y ¿cuánto se olvida? yo pienso que también mucho. Eso sucede con la historia, con las artes industriales, con las ciencias, hasta con las matemáticas y con todas las demás materias. Porque el sistema actual le brinda al estudiante una educación que no sirve en el cada día. Y como no sirve, y como no tiene ninguna aplicación en nuestras vidas, simplemente se olvida.

Hoy se estudia para el examen porque es para lo único que sirve buena parte de lo que se enseña. Solo sirve para pasar esos exámenes y no sirve para pasar el sinnúmero de exámenes y retos que la vida nos depara. Por eso, es momento de volver a la educación práctica. A la educación útil. A la educación que allana el camino a punta de saber.

Debemos brindarle al estudiante una breve visión del mundo pero ante todo una amplia visión de la realidad que le espera. Porque hoy esos estudiantes salen de los colegios sin las herramientas que necesitan para lidiar con una sociedad tan peligrosa y tan competitiva.

¿De qué sirve hoy ser bachiller?, ¿qué trabajo puede desempeñar con creces con un bachillerato? Más de once años aprendiendo lo abstracto, lo distante, lo insulso, lo cursi. Son muchos años desperdiciados. Es mucho el dinero que el país invierte para una educación que no depara, que no produce.

Es una situación realmente amarga la que enfrentan aquellas familias que con esfuerzo costearon esos once y más años de estudio, para que al final de toda esa travesía educativa su hijo no cuente con un oficio, con una destreza, con una habilidad entrenada para ganarse la vida. Esa educación es solo un frívolo requisito.