Una mala combinación.
SEXO Y LICOR. UN TEMA PARA ESTOS DÍAS SANTOS.
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La sexualidad y el licor es un tema relevante en estos días santos. Recordemos que nuestra sociedad es una sociedad alcohólica. Buena parte de las celebraciones sociales, de las actividades familiares y de los acontecimientos religiosos se realizaran bajo la sombra etílica; sea la Navidad, el fin de año, el Día de la Madre, el Día del Padre o los cumpleaños, de tal forma que, desde pequeños, los costarricenses viven en una atmósfera social y familiar satinada de licor.
El panorama se vuelve más sombrío cuando observamos que los medios de comunicación fomentan el consumo directa e indirectamente. Por un lado, con los anuncios repetitivos, que muestran al alcohol como un amigo y por otra parte incluyéndolo como parte crucial de las diversas escenas románticas y sexuales.
Todo esto propicia una fuerte presencia del licor en la cotidianidad del costarricense que, aunado a las grandes inhibiciones sexuales que padece la población, provocan que se recurra a él, por ejemplo, para mitigar esa timidez que impide a muchos hombres desenvolverse adecuadamente frente a una mujer. Es decir, se utiliza como una forma de quitar “el miedo a las mujeres”.
Algunos, por otra parte, lo utilizan para durar más en la relación sexual. Consideran que disminuye la eyaculación precoz, aun cuando la realidad es clara en señalar que pocas veces sirve para ese fin y, cuando funciona, retrasa en pocos minutos en la eyaculación. Contrario a esa percepción, los estudios señalan que el alcohol suele dañar los mecanismos de la erección, propiciando episodios de impotencia, tiende a disminuir el deseo sexual y la intensidad del orgasmo masculino.
En la sexología contemporánea, no cabe duda de que el licor es considerado un enemigo de la sexualidad. Provoca inconciencia y propicia conductas peligrosas, como por ejemplo, vínculos riesgosos, olvido del preservativo, ausencia de anticoncepción y violencia entre la pareja, por citar solamente algunos ejemplos.
En la sociedad actual, cuando hablamos del licor, no tenemos que limitarnos a los varones. Hoy sabemos que son muchas las mujeres que sufren de este mal y que ven dañada su sexualidad en varias facetas. Así, el deseo sexual suele abolirse, hay dificultades importantes en la consecución del orgasmo, se presentan problemas para lubricar y con frecuencia hay una inapetencia sexual.
Para la madre embarazada, el alcohol representa un enorme peligro. Puede dañar al niño en cualquier momento del embarazo, con el agravante de que el daño es independiente de la cantidad que se tome. Se pueden producir grandes daños en el infante aun con dosis muy pequeñas de licor, como una cerveza. Su efecto más arrasador ocurre entre la semana seis y la semana doce de embarazo.
Es importante destacar además que el alcohol no solo daña sexualmente al que lo toma, también daña a la pareja que convive con el alcohólico. Son muchas las mujeres que sienten aversión por el aliento etílico y más aún por los efectos del licor, produciendo a nivel afectivo y sexual rechazos y distanciamientos hacia el compañero. También, aunque en menor porcentaje, algunas mujeres generan temor, angustia y miedo cuando su compañero “está tomado”, sensaciones que son inhibidoras clásicas de la respuesta sexual.
Aunque se habla mucho del efecto del licor sobre la vida sexual, frecuentemente olvidamos el efecto de la vida sexual sobre el licor. Muchos varones recurren al licor como una forma de apaciguar sus problemas sexuales y conyugales. En el abordaje del alcoholismo es imperativo indagar sobre la vida sexual y la vida de pareja.
Independientemente de las múltiples excusas que se mencionan para justificar su uso y abuso, el licor es sin duda una droga escapista más, que le permite al individuo precisamente huir momentáneamente de su realidad, alejándolo de cualquier intento formal de cambio y sumergiéndolo indefinidamente en la problemática de la que huye.
Desde que el alcoholismo fue considerado una enfermedad, se ha generado una enorme confusión en torno a qué implicaciones tiene esta nueva categorización. Muchos creen, erróneamente, que por ser una enfermedad, el alcohólico no es responsable de su adicción ni de los actos que se generen por estar bajo la influencia del licor. Las pruebas son claras: el individuo que toma puede buscar ayuda y puede controlar esta enfermedad y, sobre todo, puede evitar las consecuencias que produce el etilismo socialmente.
Recientemente en nuestro país hemos experimentado la prueba de ello. Cientos de alcohólicos irresponsables, que no tenían la menor consideración por el prójimo, andaban al volante repletos de licor, porque existían leyes permisivas y cómplices del alcoholismo. Hoy, que hemos logrado cambiar esta legislación y se sientan responsabilidades al conductor ebrio, el número de accidentes bajo el efecto del alcohol disminuyó significativamente.
Entiéndase que esta disminución se logró sin terapias, sin tratamientos, sin medicamentos: se logró con solo una simple ley. Esto deja claro que el alcohólico es responsable de sus actos y en el momento en que la ley comenzó a penarlos con cárcel y con la pérdida del automóvil, como por arte de magia, se hicieron responsables.
Esta experiencia se ha vivido en muchos países y nos habla de que, aun cuando el alcoholismo es una enfermedad, el alcohólico está en capacidad de controlarla y superarla y puede reinsertarse de manera constructiva en la vida social y familiar.