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13 DE ABRIL DIA INTERNACIONAL DEL BESO.

EL VALOR DEL BESO.

Un detonante olvidado

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EL VALOR DEL BESO.

El beso, como elemento cultural en la vida humana, se ha convertido en el signo occidental del afecto. Aunque se discute su origen, se lo considera un legado de las épocas de las cavernas. Algunos hasta afirman que data del hombre de Cromañón.  

Escribir al DR. Mauro Hoy

Recordemos que la madre alimentaba al bebé, antes de la dentición, dándole la comida ya masticada de boca a boca. Todavía esta forma de dar de comer al niño continúa en mayor o menor medida hasta nuestros días. Claro, ahora es más frecuente que la madre, después de masticar el alimento, lo tome con sus dedos y se lo dé al niño en la boca. 

El contexto imperante en aquellos días explica el verdadero valor del beso. En las primeras civilizaciones, el hambre acechaba a las familias. La madre usualmente estaba hambrienta. Para ella era un enorme sacrificio llevarse a la boca el alimento, masticarlo y no tragarlo, para luego dárselo al hijo. Sin duda, ese acto de desprendimiento es una muestra de amor mayor y se cree que, por ese motivo, pasó a ser un gesto simbólico de cariño.

Por eso besamos a los hijos, besamos a los padres, besamos para saludar, besamos lo preciado y, desde luego, besamos al amar. Así, y según la situación, hay diversos tipos de besos. Entre muchos está el beso en la frente, el cual encierra ternura y protección; el beso en la mejilla, como parte del saludo cotidiano; el beso de pleitesía, que se da en la mano; el beso de garantía, como el que se daba en la Edad Media, cuando las personas que firmaban contratos legales escribían una “X” en el documento y luego se besaban para hacer la promesa de cumplimiento. Por cierto, así es como “XX” se transformó en una abreviación de “besos”. También está el beso al aire, a veces impulsado por los dedos, que se da a la distancia, y desde luego están los besos sexuados.

Entre los besos sexuados está el llamado por muchos “beso a la francesa” y conocido en nuestros países como “el beso con lengua”. Es un beso sencillamente alucinante; despierta la pasión y el deseo casi al instante y tiene la gran ventaja de que se puede prolongar casi de manera indefinida. 

Incluso en estos días, cuando el sexo se ha convertido en algo insustancial, en una mercancía más que se puede comprar, en algo banal,  el “beso a la francesa” mantiene su aura de ternura y sinceridad, de devoción y carisma, de voluptuosidad y afecto. Eso explica la gran sorpresa que se llevan quienes compran servicios sexuales, cuando dentro de ese gran menú que incluye todo o casi todo lo realizable en materia sexual, es común la falta del beso. Sí, hasta en ese mundo, todo se puede vender, todo se puede comprar, menos los besos, reservados solo para la pareja, para la persona que se ganó el cariño sincero. 

A pesar de todos estos atestados, muchas parejas con el tiempo olvidan el valor del beso y erróneamente lo consideran un acercamiento menor, reservado a jóvenes o principiantes, y lo omiten en los encuentros sexuales, para abocarse de inmediato al coito, sin percatarse de que para muchas mujeres y no pocos hombres el beso es un aliciente primordial de la respuesta sexual. 

Recordemos que en nuestra sociedad se tiende a mantener encuentros sexuales apresurados, en los cuales no hay cabida para los besos, las caricias ni los abrazos. Esa urgencia por penetrar, tan característica del hombre occidental, no da tiempo para que prospere la sensualidad, tan importante para el goce femenino. Por el contrario, la mujer tiende a disfrutar de los encuentros sexuales prolongados; ve en los besos y caricias el plato principal de la sexualidad, y la penetración simplemente es un postre, al punto de que usualmente las caricias desencadenan el orgasmo femenino.

Y qué decir de aquellos besos más osados, como los que se dan en el cuello y las orejas, los cuales generan escalofríos y cosquillas que rápidamente desatan sacudidas de placer y excitación, tanto en hombres como en mujeres. Más intensos resultan los besos que recorren toda la silueta corporal, como la espalda, los muslos, la zona del ombligo, entre otras áreas, y son auténticos detonantes de placer.

La marginalización del beso por parte del hombre revela a veces el temor a que, ante tanta excitación, se desencadene una eyaculación prematura que impida la continuación del acto sexual y, por ende, de la penetración. Esta desconfianza lo lleva a eludir los preámbulos, aunque le resulten gratos, y a tratar de penetrar cuanto antes para al menos eyacular dentro de la vagina.

En otras parejas, los besos y los abrazos, y qué decir las caricias, están ausentes en la mayoría de los encuentros sexuales por una simple razón: el tiempo. Son parejas que tienen relaciones sexuales a altas horas de la noche, cuando la sexualidad compite con el cansancio y con el sueño, por lo cual casi por acuerdo implícito ambos se procuran una relación rápida, que descargue la tensión sexual mutua aun cuando no sea tan gratificante.

Esto es totalmente válido como recurso circunstancial. El problema se presenta cuando las parejas caen en la trampa y convierten el sexo apresurado en la norma, con lo cual las relaciones pasan a ser una simple mecánica monótona que, con el transcurso del tiempo, desmotiva a ambos miembros de la pareja. 

Cuando un vínculo empieza, el beso es el protagonista del amor. Las parejas disfrutan horas enteras besándose y logran, con facilidad, experimentar orgasmos intensos y placenteros. Quizás esta sea una gran enseñanza que debemos reaprender. Muchas parejas que cuentan con la permisividad de la desnudez, de la privacidad y del total contacto no son capaces de sentir lo que otros consiguen con inocentes besos.

Bien hacen las parejas que procuran periódicamente sacar tiempo para la sexualidad, que se comen a besos, que “no les queda un lugar donde no se hayan besado”, que se acarician a granel, que “se tocan hasta la sombra”, que hacen del amor un encuentro de “manteles largos” y no una “comida rápida”. Bien hacen las parejas que se sirven el amor con “cuchara grande” y llevan la sexualidad y la ternura hasta sus últimas consecuencias.

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